Foto: Miguel Ávila |
ALITERADA
JACINTA
Es
hacer La Jacinta su esplendente aparición y allí el entorno entero tórnase un
torbellino aliterado de tornillos desnortados y atónitos. A quien más y a quien
menos se le va literalmente la cabeza, pues tal es su hermosura, tan tornadiza
y atormentadora, que más de uno hay que intenta tenazmente torcer el rumbo de
la tierra abriéndola de par en par, para que el mar insondable del apetito se
derrame sobre el orbe torticero mientras ella, la inmortal Jacinta, entorna sus
ojos mirándose hacia adentro, tan de arriba hacia abajo, y vuelta perpetuamente
a empezar, torneada (Ella, sí) por las manos temperadas de un dios que restó aturdido
frente al término exacto de su eternal natura. “¡La Jacinta, es la Jacinta! ¡La
diosa Jacinta!”, todos exclaman cuando la ven llegar. Y en el íntimo ámbito se
extiende, como un río infinito, el alegre fragor de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario