Conocer a Jacinta me ha hecho reflexionar sobre el papel de
la mujer como objeto de deseo. Su desnudez es una prueba de ello. Y también su
rostro, que muestra a una joven sonriente, siempre dispuesta a complacer, pero
a su vez con una timidez forzada de mujer “virgen” que se entrega por primera
vez.
Ese encasillamiento de la mujer como un objeto bello, más que
un honor es una trampa. Es como una jaula de alambres con espinas, que se
aferran al cuerpo y le hacen daño. Un calabozo que nos ha acompañado durante
milenios y que seguimos portando. Un encierro que aísla, que impide la igualdad
de oportunidades, nos hace esclavas de nuestro cuerpo y de los rolles estereotipados
que esta sociedad impone.
He fotografiado a la mujer que sufre en sus propias carnes
esa opresión milenaria. Al visibilizarlo, Jacinta demuestra que es consciente
de esta realidad, manifiesta su fuerza y evidencia que está dando los pasos
para transformarla.
Inmaculada López Liñán
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